Francés, afincado en Madrid desde hace casi veinte años
Los rostros de Gonnord pertenecen a personas marcadas por el trabajo duro y la vida poco apacible, agredidas por un entorno hostil que hace mella en su forma de ser, de pensar y de vivir. Gente sencilla y humilde, pero abocada a desaparecer fagocitada por un futuro que ya ha llegado.
Premio de la Cultura de la Comunidad de Madrid (2007)
-¿Qué significa para usted el retrato? ¿Por qué ese interés?
-El retrato, como el paisaje, no es una realidad, sino una visión. El rostro puede ser una idea, un campo desde donde decir muchas cosas. Mis personajes son un poco rebeldes, con mucho carisma y vidas peculiares.
Cada encuentro es como cada uno de sus viajes, que le han llevado a Nueva York o Japón. Le gusta improvisar, descubrir sin reglas. Desde que coge el coche y hace de él su estudio y, en ocasiones, su nuevo hábitat, está abierto a los encuentros fortuitos, y una vez que toma la cámara, cada sesión de retratos es como una catarsis, como una terapia. Un trabajo, afirma, que es “un ensayo contra el olvido. Una visión de la vida a través de una hendidura”.
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